Encandilada por la belleza de su propio naufragio lo admira impávida. Cual voyeur de una ceremonia de clausura celebra triste la dicha del abandono, se deja tragar por la corriente como única afirmación. Pierde el control, la dignidad y la calma. No pide salvavidas.
No le ignoran, no es invisible; se ha convertido en una advertencia, y el resto le mira con desasosiego preguntándose qué pasó, cómo acabó así.
En esta pieza, su protagonista pide ayuda en cinco actos. Desde diversos lenguajes, como el movimiento, la plástica o la palabra, pone a circular una reflexión acerca de la comunicación, la exclusión y la marginalidad.