Aquella caracola que todos, alguna vez, os habéis llevado al oído para recordar el sonido del mar, a mí me susurraba, me hablaba y me cantaba. Me llevaba de Sevilla a Cádiz, jaleándome los sonidos de mi tierra.
Cuando no hablaba escuchaba su eco que me llenaba de ilusión, música y fantasía. Este espectáculo es la puerta que se abre entre lo simple y lo complejo, lo técnico y lo elocuente, o quizás el recuerdo de un juego que más tarde se convertiría en la pasión de vivir, en la razón de existir.