Se muestran aquí los añicos de un destino, los de un condenado de los
que vemos tras la asepsia televisiva entre nubes de periodistas, escoltado
por policías, esposado y con una prenda ocultando su cabeza, fugazmente,
el tiempo de introducirse en el coche que lo saca del juzgado y de la
actualidad periodística.
Buscando esa esencialidad hemos entrado en la soledad del “monstruo”,
abriendo ese desgarro entre su instinto y su dolor, dando al escenario la
dimensión de su consciencia, asomando al público en la profundidad de
sus oscuridades, en esos abismos negros donde puede aparecer algún
destello de luz en lo insondable de la locura, en la herida palpitante que
abre toda poética.