Carlos Bonilla ha conseguido a través de la violencia rítmica y disonante de la música crear una obra personal e intimista.
La primavera, estación cargada de erotismo que desembocaba en una explosiva fertilidad, representada por el rapto de las jóvenes, la bendición de la tierra y una danza frenética que culmina en el sacrifico de la joven elegida.
La mujer es la víctima predominante de las relaciones humanas y su sacrificio es visto como una fatalidad.
Los movimientos corporales propuestos por Bonilla muestran un carácter contemporáneo con toda la concepción de la danza clásica.
Desde su explosivo origen la obra se ha convertido en un reto para músicos y coreógrafos.