"Acostumbrada Doña Ana Pacheco, dama principal de Madrid, celebrar en su casa varias Academias. En una de ellas, a que asisten Don Diego de Rojas, Don Félix de Toledo y Don Pedro Pacheco, prendado de sus recomendables circunstancias, se suscita con motivo de cierto enigma, resuelto por Don Félix de Toledo, la cuestión, de si es o no posible, guardar una mujer enamorada.
Los más siguen la negativa, y solo Don Pedro se obstina, en que puede ser, guardar una mujer, presumiendo de ser él capaz de conseguirlo, movido acaso de alguna sospecha, que tenía de su hermana Doña Inés, a quien se propone guardar desde ese entonces con el mayor esmero; tomando desde luego cuantas providencias le parecen contundentes al fin, de no ser burlado en su propósito y convencido en su opinión".