La puesta en escena remite a un tratamiento del espectáculo tragicómico, en el que la noción de tiempo, un tiempo irreversible que gravita sobre toda la trama, da preeminencia a la irrupción del instante, ese instante que en un momento u otro ha de sobrevenirnos y en el que hemos de afrontar nuestra propia existencia.
Cada uno de los 22 cuadros retrospectivos, se engarza en una trama sin solución de continuidad, por lo que se va configurando la consecuencia fatal para el protagonista. Sus hechos no quedan impunes, lo que nos viene a recordar que somos los artífices de nuestro propio destino y, al final, la memoria se erige en nuestro oportuno e implacable juez.
Cada ser humano ha de vérselas consigo mismo en la Hora que nos precipita al abismo.