El texto está escrito para ser representado. Y un músico que acompaña esa representación es como un interlocutor omnipresente Un mudo interlocutor que, en cierta forma, simboliza el rechazo. El rechazo del Partido, el rechazo de su homosexualidad latente, el rechazo de una vida que no le complace (el escritor galo se suicidaría diez años después de haber publicado El Vals del Adiós).
El ritmo es difícil. La prosa compleja. El espacio vacío. Sin embargo, todo se olvida. Algunos fragmentos quedan un poco inconexos, dejan espacios para que el espectador reflexione, piense qué le están contando. Pero muchas veces no se trata de contar, sino de sentir. No se trata de percibir sino de intuir. No en vano, el escritor destacó como surrealista, no habla al consciente sino al inconsciente.